Septiembre 2021
POR HIGHLIGHTS MAGAZINE

Ya había recorrido anteriormente de noche el Cerro de la Silla, pero hacer senderismo en un lugar más escondido y mucho menos transitado como lo es ‘El Cielito’ – aunque ya he venido un par de veces de día – hace que la experiencia resulte muy interesante. Dejamos el asfalto y nos adentramos en el sendero, aún hay algo de luz, pero sabemos que la oscuridad nos alcanzará sierra adentro. 

El sol comienza a caer y las sombras a levantarse; lo cerrado entre lomas y montañas hace que la luz se vaya con mayor rapidez. Un camino que va de uno a dos metros de ancho por secciones, que está rodeado de árboles y matorrales y en algunas zonas es bordeado por un barranco, es la configuración que compone la primera parte del recorrido, con algunas zonas de piedra que lo vuelven un tanto peligroso. La suave luz que aún entra por las montañas del lado oeste de Monterrey nos da la oportunidad de contemplar el entretejido de montañas que conduce a la presa Rodrigo Gómez ‘La Boca’. Sería un sitio ideal para prender fuego, pero nuestro objetivo es adentrarnos aún más y avanzar aún con luz para que la dificultad al andar por el lugar no sea tanta, como seguramente lo será al regresar ya con la noche encima. 

El sendero puede resultar cansado para quien no tiene condición, por ejemplo yo, pero el apuro por avanzar hace que no tomemos descansos, el avance es continuo. Afortunadamente, después de casi unos 20 minutos el sendero comienza a bajar y hace que se sienta como una especie de descanso, conforme avanzamos comenzamos a bajar más y más y la oscuridad va aumentando con los metros y minutos. Al fin hemos logrado bajar hasta el río, que es donde comienza una nueva parte del recorrido, diferente al antiguo camino de tierra, que era angosto, pero con una vista hacia la amplitud de las montañas y cielos naranjas que daban la sensación de libertad; ahora, vislumbramos un camino sobre un río seco, con árboles que cierran el cielo en el lugar y una noche que comienza a presentarse formalmente, por lo que es momento de encender las luces de los celulares. A estas alturas del recorrido realmente ya no se puede contemplar el paisaje, de hecho con dificultad se puede ver uno o dos metros adelante y ni se diga ver más allá de 5 o 6 metros; la concentración está enfocada en ver por donde se camina para no caer. Ya va siendo hora de fumar, aunque no falta mucho para llegar hasta el punto pretendido para descansar y comenzar el regreso.

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Las piedras irregulares hacen que andar por el río a oscuras sea lento y complicado. Sin embargo, continuamos nuestro avance a través de un sendero que corre paralelo al río, de no más de un metro de ancho, con árboles y maleza alta por ambos lados del camino. Recorremos esta sección un tramo para luego volver a salir al río y continuar por ahí. El sonido que producimos moviendo las piedras al caminar en el río hace que caigamos en cuenta de lo silencioso del lugar, ya que es lo único que se escucha; ni animales, ni viento, ni nada, solo el choque de las piedras. La ruta nos lleva de nuevo por un camino al lado del río, similar al que cruzamos minutos atrás, con su metro de ancho y sus paredes de árboles y hierba, solo que más largo, no estoy seguro, pero bien pudieran ser 100 metros o incluso más. Conforme más nos adentramos en la zona más oscuro me parece el lugar, como si la noche nos abrazara un poco más, aunque esto es solo percepción, el lugar es igual de oscuro en cualquier punto y todas direcciones. El camino vuelve a arrojarnos al río y su orquesta de piedras, avanzamos más y más metros, acercándonos al punto que queríamos llegar: un área donde hay grandes rocas y el río parece ensancharse un poco más, algo similar a una gran sala natural, aunque con esta oscuridad es imposible de apreciar en plenitud. Cuando estamos a unos metros de nuestro punto de descanso y retorno, el movimiento/golpe de una piedra de buen tamaño a lo lejos, tal vez unos 50 metros o más de distancia, llama nuestra atención y nos recuerda la posibilidad de animales de mayor tamaño que una ardilla en la zona. A esa distancia es imposible ver algo, nuestra linterna tipo quinqué alumbra tres o cuatro metros máximo alrededor y la luz de los celulares no ofrece mucho más. A distancias lejanas a lo más que se aspira en todo caso sería a distinguir leves siluetas en la oscuridad; la luz de la luna no es tan intensa como en otras noches y estamos bajo árboles que ocultan el cielo casi en su totalidad. Un alto muro de piedra con una montaña detrás por un lado y una pared llena de vegetación y demasiado vertical como para ser subida por el otro, hacen que solo se pueda avanzar hacia atrás o adelante a través del río de no más de 10 metros de ancho.

Después de algo más de una hora de camino estamos en el sitio fijado y es momento de prender el gallo dentro de la oscuridad total. Esta vez resulta imposible ver elevarse la blanca línea de humo, pero de todas formas llega el high. Apagamos todas las luces para ver qué tan oscuro se ve el sitio y realmente es imposible distinguir algo. Utilizamos el flash de la cámara para iluminarnos al estilo que lo hace el protagonista en la primera película de Saw, y la iluminación intermitente en tal lugar natural hace que sea enigmático intentar ver lo más posible en cada disparo de milésimas de segundo, como si una sorpresa nos esperara. El estar fumando en un sitio así da un toque especial, si bien se siente la conexión con la naturaleza al estar tan expuestos en ella, no quiere decir que sea una sensación cómoda aunque tampoco es desagradable: solo te sientes así, expuesto y a la expectativa de lo que la naturaleza tiene para ti en un lugar tan escondido entre montañas, donde no se escucha ni ve nada. No hemos descansado en todo el recorrido y buscamos unas piedras de buen tamaño para sentarnos, pero al aluzar en ellas vemos que todas están completamente llenas de diferentes animales e insectos, por lo que si nos sentamos comenzaríamos una batalla por tumbar de nuestra ropa a los insectos, además que en la oscuridad sería aún más difícil localizarlos, por lo que decidimos permanecer de pie. Permanecemos unos minutos más en el lugar, contemplando el silencio y tomando algunas fotos.

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SILENCIO

Al encontrarse situada entre lomas y montañas, la zona del río es demasiado silenciosa; los ruidos de la ciudad no llegan a ella y tampoco se perciben ruidos de animales.

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Aún con algo de high encima, decidimos emprender nuestro camino de regreso, el cual sabemos que será más lento y dificultoso. Caminamos de regreso a través del río, llegando de nuevo al pasillo natural, el cual esta vez se siente aún más oscuro y extenso. Considero que soy racional en situaciones así, pero en un camino tan oscuro y estrecho, en donde solo puedes ir en dos direcciones, se vuelve interesante ver que puede haber más adelante en la ruta, o que ruidos vienen de más atrás. De nuevo, caminamos por una sección del río, para volver a adentrarnos en el otro pasillo natural, estrecho y con paredes de hierba. Una vez más, salimos al río y andamos el último tramo en él. Después de varios minutos de tropiezos y evasión de ramas, hemos llegado de nuevo al punto donde termina nuestro andar por la rivera e inicia la subida de nuevo al cerro. A estas alturas ya ha pasado el efecto de la weed, pero a la vez es mejor así para concentrarse completamente en el camino y evitar accidentes: hay piedra suelta, muy lisas, barrancos peligrosos y ramas con espinas. Ya andamos muy cansados al no habernos siquiera sentado, por lo que un par de veces nos detenemos unos segundos para tomar aire, pero ese cansancio no impide que nos desviamos del camino de regreso para llegar a una especie de mirador, con una bella vista hacia la presa de La Boca, pero su piedra resbaladiza y filosa hace que esta especie de explanada sea difícil de andar. El aire ya comienza a sentirse correr. Decidimos salir de esta expuesta zona y continuar nuestro descenso.

“Como el viento que baja volando, por las faldas de la gran montaña…”, quizá Celso Piña se refería a algo así, con este misterio y aire de nostalgia; como si pasado, presente y futuro fueran uno solo en esta oscuridad, bajo este limpio cielo nocturno, con un viento fresco, casi frío. Estamos por cruzar el último pico para poder ver el centro de Santiago y al hacerlo, como magia industrial, se levanta un invisible telón y con el ruido de carros a toda velocidad y gente haciendo sus cosas de lunes por la noche, somos testigos de la ciudad respirando. 

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